miércoles, 26 de marzo de 2008
jueves, 6 de marzo de 2008
Ap. 6:17
Este es el último ejercicio con el que colaboré en metatextos, se trataba de escribir en alrededor de 300 palabras sobre el fin del mundo. Que lo disfruten.
Ap. 6:17
Porque el gran día de su ira ha llegado;
¿y quién podrá sostenerse en pie?
La vista revienta de sol y verde, el aire fresco alegra los pulmones. Los niños se divierten persiguiendo mariposas y lanzándole ramas al perro. Les prometí que después de comer volaríamos la cometa.
Fantaseo con planes para construir una cabaña junto al lago y disfrutar permanentemente esta tranquilidad. Pero son proyectos para ricos.
Decido dar un paseo, María me pide que no tarde, comeremos en media hora. Que buena mujer, siempre apoyándome, debí estar loco cuando casi la pierdo por estupideces, por culpa de otra. Pero eso quedó atrás, ella demostró una tenaz oposición a que mi debilidad e idiotez destruyeran la familia. Ahora me liga más a ella el agradecimiento por perdonarme. Me cortaría el cuello antes de lastimarla nuevamente.
Me gustan los días de campo. La luz, los colores y el viento lo limpian a uno por dentro, como si te permitieran soñar con ser un mejor hombre.
Pero un recuerdo me asalta: un lecho y un cuerpo prohibidos al alcance de una llamada. ¡El deseo es casi doloroso!, ¡ese cuerpo perfecto y pervertido!. Solamente evocarla me ha producido una erección y miro avergonzado alrededor. ¡Señor, en que estoy pensando!, después de lo que costó restaurar la tranquilidad de mi hogar.
Camino de regreso. Es temprano pero repentinamente negras nubes amenazan lluvia, relámpagos iluminan el cielo oscuro y rojizo del atardecer. Aparto el follaje que me separa del claro en donde esta mi familia y escucho un grito. Mi propio grito.
Mis hijos están tendidos en la hierba, inmóviles. Frente a mi, María cuelga entre los brazos del ser más extraño nunca visto: una gárgola de piel escamosa y tornasolada entre rojo y azul, con un hocico repleto de colmillos de donde mana sangre, sangre del cuello de María que gorgotea haciendo un ruido apagado. Cerca un ser semejante voltea hacia mi, despliega las alas y sus grandes y malignos ojos amarrillos son la última imagen que veo antes de que una espesa capa roja caiga sobre mi, cegándome para siempre.
¿y quién podrá sostenerse en pie?
La vista revienta de sol y verde, el aire fresco alegra los pulmones. Los niños se divierten persiguiendo mariposas y lanzándole ramas al perro. Les prometí que después de comer volaríamos la cometa.
Fantaseo con planes para construir una cabaña junto al lago y disfrutar permanentemente esta tranquilidad. Pero son proyectos para ricos.
Decido dar un paseo, María me pide que no tarde, comeremos en media hora. Que buena mujer, siempre apoyándome, debí estar loco cuando casi la pierdo por estupideces, por culpa de otra. Pero eso quedó atrás, ella demostró una tenaz oposición a que mi debilidad e idiotez destruyeran la familia. Ahora me liga más a ella el agradecimiento por perdonarme. Me cortaría el cuello antes de lastimarla nuevamente.
Me gustan los días de campo. La luz, los colores y el viento lo limpian a uno por dentro, como si te permitieran soñar con ser un mejor hombre.
Pero un recuerdo me asalta: un lecho y un cuerpo prohibidos al alcance de una llamada. ¡El deseo es casi doloroso!, ¡ese cuerpo perfecto y pervertido!. Solamente evocarla me ha producido una erección y miro avergonzado alrededor. ¡Señor, en que estoy pensando!, después de lo que costó restaurar la tranquilidad de mi hogar.
Camino de regreso. Es temprano pero repentinamente negras nubes amenazan lluvia, relámpagos iluminan el cielo oscuro y rojizo del atardecer. Aparto el follaje que me separa del claro en donde esta mi familia y escucho un grito. Mi propio grito.
Mis hijos están tendidos en la hierba, inmóviles. Frente a mi, María cuelga entre los brazos del ser más extraño nunca visto: una gárgola de piel escamosa y tornasolada entre rojo y azul, con un hocico repleto de colmillos de donde mana sangre, sangre del cuello de María que gorgotea haciendo un ruido apagado. Cerca un ser semejante voltea hacia mi, despliega las alas y sus grandes y malignos ojos amarrillos son la última imagen que veo antes de que una espesa capa roja caiga sobre mi, cegándome para siempre.
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