martes, 16 de septiembre de 2008

Espantando a Azrael


No sé la hora exacta, todo es silencio. La penumbra se ilumina tenuemente desde los bordes de las cortinas donde relumbran las primicias de la mañana. Latas de cerveza sembradas aquí y allá y un camino húmedo, trazado sobre la alfombra recorriendo la distancia entre el cuarto de baño y la amplia cama, denuncian la euforia de la noche anterior. La transparente y estilizada botella de vodka, casi terminada, descansa inocente y mustia sobre la pequeña mesa de la anónima y sobria habitación. Su bolso y vestido negros ocupan una de las dos sillas, en la otra, tumbado desnudo, respiro tranquilamente tratando de no hacer ruido y de aminorar la taquicardia.

Frente a mí, sobre la cama, ella duerme. Apenas siento su respiración tranquila y débil, como la de un cachorro. El cobertor bajo el que se esconde el cuerpo de la mujer más hermosa del mundo únicamente revela parte del rostro y una abundante mata de cabello rubio, derramándose como brillante cascada sobre sus hombros. Este rostro que sueña esta lejos de ser el de la mujer sabia, endurecida por el alcohol y el sufrimiento, que conocí la noche anterior. Quizás somos auténticos únicamente cuando soñamos. Con los párpados cerrados, ocultando sus profundos ojos azules, parece una niña inocente y tierna, un hada asustadiza y frágil que podría estrangular fácilmente con una sola mano si quisiera; pero no quiero.

Levanto lentamente mis botas y pertenencias para vestirme en silencio.

No la despierto, salgo dejándole algunos billetes extras. ¡Cuanta luz!, aun con gafas oscuras. El temblor en las manos y la garganta seca demandan atención, me encaminan hacia la primera cerveza del día. Tengo miedo, estoy confundido y paranoico. El viento helado corta el rostro y sonrío, soy el hombre más feliz del mundo. Quisiera haberle dejado más propina, pero en realidad no tengo con que pagarle el inmenso favor de ayudarme a silenciar, por un instante, el terrible sonido que hace al batir sus alas el ángel de la muerte.